miércoles, 20 de mayo de 2020

La vida olvidándose de Saso, ciega

La circunstancias de la vida llevaron a Santiago a alejarse de su saxofón.

Su familia y las obligaciones que como adulto responsable debía adquirir eran incompatibles con la atención que quería brindarle a Saso, su cónico compañero de latón.

A pesar de las sensaciones que le generaba interpretarlo, sentirlo en sus labios y en sus dedos, generando hermosas melodías, pensó que lo mejor era dejarlo a un lado, abandonarlo y olvidarlo.

Se concentró en retomar el camino donde lo había dejado antes del mágico momento del concierto, ese en el que se sintió tan feliz. Lo hizo convencido de que su felicidad no dependía del instrumento y por eso no tendría problema en hacerlo.
Así pudo continuar con sus rutinas diarias. 
Aunque había momentos en los que extrañaba a su saxofón. Se preguntaba si ese estuche en el que lo había guardado, de verdad mantenía perfecto su estado, y no se atrevía a abrirlo para averiguarlo él mismo por temor a lo que pudiera encontrar.
Una de sus grandes preocupaciones era que alguna de sus partes le impidiera tocarlo en el momento en que tuviera valor para mirarlo nuevamente.

Vivía en tinieblas por el vacío que le estaba generando pasar su días sin Saso. Se sentía completamente ciego.
No era tristeza ni falta de alegría, simplemente era la ausencia de luz, de esa claridad que tenía cuando generaba sonidos con él.

Un día, al escuchar una de las canciones que habían grabado, entendió que hacer su vida sin Saso no debía significar abandonarlo u olvidarlo. Así que decidió volver a tomarlo en sus manos.
Lo buscó en el sitio donde lo había dejado, teniendo claro que la boquilla del instrumento nunca más estaría en contacto con sus labios.

Al verlo se dió cuenta de que al saxofón también le faltaba brillo, el color dorado que tanto lo había deslumbrado anteriormente se había opacado, así que le pasó un paño entre movimientos suaves que lo hacían parecer una conversación íntima entre el artefacto y el hombre. 
Saso comenzaba a mostrar destellos dorados mientras a su dueño se le iluminaban los ojos.

Al finalizar, Santiago esbozó una gran sonrisa que se reflejó en el saxofón, permitiéndole guardarlo, seguro de que ya no estaría en el mismo espacio frío y oscuro de donde lo había sacado.

domingo, 7 de julio de 2019

Azul y Naranjado

Después de varios días grises, el cielo quería encontrar nuevamente su Azul. Ese azul que reflejaba su claridad y le permitía irradiar luz para contagiar alegría.
Estaba convencido de que la mejor forma de hacerlo era junto a Naranjado, quien lo acompañaba en sus mejores días, haciendo aún más visibles sus encantos para los demás; aunque más que eso, la magia estaba en que Naranjado lo acompañaba en sus peores momentos, como en esos días grises, en los que el consejo que le daba a Azul siempre era el mismo: "No te desanimes, mátate".

Solo ellos entendían el sentido de esas palabras, que siempre terminaban en un  abrazo profundo permitiendo la fusión de los dos.
Esa sencilla y confusa frase era una de las cosas que los mantenía unidos y que fueron olvidando cuando se sumergieron en la bruma del bosque sin árboles, donde el cielo ya no se veía por falta del aire puro que desapareció cuando acabaron con los árboles, bajo la promesa de mejorar las condiciones para quienes vivían bajo ese cielo.

El cumplimiento de esa promesa es incierto y quizá siga siéndolo durante largo tiempo.
Sin embargo con la esperanza de ese futuro mejor, todos tomaron las acciones que consideraban apropiadas bajo ese nuevo panorama; un panorama tan diferente que les impedía recordar cómo era cuando existían los árboles, el sol, el cielo y las demás cosas lindas que compartían y disfrutaban cada día.

Azul y Naranjado también cambiaron sus dinámicas, haciéndose incapaces de unirse para transformar los días grises.
La noche en que el cielo por fin los tuvo frente a frente, ellos optaron por no abrazarse. Se limitaron a mirarse en la distancia; pues cada uno eligió un lugar que consideró el más apropiado, quedándose ahí, donde día a día tratan de reconstruir un nuevo cielo y piensan en el otro, aguantándose las ganas de decir "Quiero darte el abrazo que faltó esa noche".

miércoles, 13 de julio de 2016

Concierto de Saso Ciego


Santiago había estado mucho tiempo ensayando con su nuevo saxofón.
El día que lo compró lo hizo llevado por un impulso, producto del cansancio inconsciente ocasionado por las muchas ocasiones que lo había contemplado en el sitio donde se encontraban semanalmente.

Cada domingo cuando Santiago iba a cumplir su rutina deportiva se cruzaba con ese estudio de música donde permanecía Saso-como bautizaría después al instrumento en medio de sus característicos juegos de palabras-.
Lo había visto expuesto varias veces y siempre lo deslumbraba su brillo, acariciaba a la distancia cada una de sus curvas y no se imaginaba que algún día lo tendría entre sus manos.

La primera vez que pudo juntar sus labios con la boquilla de Saso sintió tal placer que no pensaba en otra cosa. Emitió un sonido hermoso aunque inesperado y dejó en sus oídos una marca difícil de borrar.
No estaba seguro de si podría repetirlo, pues lo había considerado algo pasajero. Aun así decidió tomar clases para acercarse cada vez más al instrumento y conocer a fondo su funcionamiento.

Paso a paso, entre sesiones teóricas y cortos espacios de contacto indirecto con Saso, llegó el momento en el que pudo volver a sentirlo en su boca. Fue un poco torpe y sin embargo lo sintió tan plácido como esa furtiva primera vez.
Quería que fuera perfecto, porque ya tenía un camino recorrido, porque tenía el maravilloso recuerdo de aquel día y porque buscaba nuevos motivos para seguir tocándolo. No lo sintió de esa manera aunque tenía más confianza, así que se cuestionó por no haberlo hecho mejor. Pasaron infinidad de hipótesis por su cabeza y no encontró una respuesta clara, lo único cierto es que la situación le estaba produciendo una sensación extraña y simultáneamente quería continuar descubriendo los sonidos de Saso.

Dispuesto a hacerlo apagó su cerebro para fundirse en un solo cuerpo con el saxofón, sin importar como lo soplara ni como saliera el aire convertido en sonido. Nuevamente experimentó el placer de la primera vez y ahora le sumaba la alegría de sentir por fin suyo a Saso, ya no era solamente el instrumento lejano que lo había cautivado, le había entregado parte de su corazón, de su alma y de su ser.

Tal vez eso era lo que lo inquietaba, haberse dejado envolver de esa manera por un saxofón.
El disfrute que le provocaba era tan alto como la cantidad de temores que le surgían cuando se detenía a imaginar lo que pasaría más adelante: tendría que dedicarle jornadas enteras a practicar y enfrentarse a sus familiares y amigos que no sabían lo que venía haciendo con el saxofón. Todas sus rutinas diarias y su vida habitual cambiarían para incrementar sus momentos con Saso, y no estaba seguro de si estaba dispuesto a asumirlo.

Se llenaba de incertidumbre cada vez que lo pensaba, pese a que semana a semana era mayor el tiempo que le dedicaba al saxofón.
Nunca supo cómo llegó a ese punto, pues lo tenía controlado, no era una adicción ni una necesidad que lo estuviera afectando; simplemente tocarlo lo hacía feliz, con su música se sentía tranquilo porque todo lo que le fluía era natural: los movimientos de sus dedos, de sus labios y hasta las conexiones neuronales que inspiraban sus canciones.

Las dudas desaparecieron cuando decidió que no quería perderse esos beneficios.
Desaparecieron no porque se hubieran extinguido y ya no las generara sino porque las ignoraba, dejó de analizar cada uno de sus movimientos con el saxofón y confió en sus instintos, que cada vez fueron más acertados; tanto que lo llevaron ahí: a su primer gran concierto como solista, al que tuvo el privilegio de ponerle nombre y optó por “Saso Ciego”, porque no era suyo, sino del saxofón y de la confianza plena que había depositado en su relación, con la convicción de que el resultado sería favorable aunque no lo viera.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Del amor y la muerte..


Hay cosas que sabemos siempre pero que concientizamos poco, esta es una de ellas:
En este mundo nos movemos continuamente entre el amor y la muerte, y no conocemos el momento exacto en el que nos atrapará alguno de los dos. Afortunadamente, cuando el primero lo hace, tenemos opciones, de las cuales las más extremas son encararlo o ignorarlo. Para la muerte, no tenemos nada que hacer, alguna vez me dijeron que era lo único en la vida que no tiene remedio y es cierto.  De manera que la muerte nos puede llegar de repente y no darnos tiempo de disfrutar todo el amor que teníamos adentro.
Saber eso le hace a uno tomar la decisión de profesar ese amor y correr los riesgos que haya que correr, teniendo cuidado de no caer en las trampas del amor. Como dicen Los fabulosos Cadillacs, “No quiero morir sin antes haber amado pero tampoco quiero morir de amor”.
Y es que el amor puede matarlo a uno internamente sin uno darse cuenta, cuando nos quedamos apegados a un sentimiento que no tiene sentido y que confundimos con el amor puro, ese que nos hace sonreír por cada pequeño instante que compartimos con la otra persona. También lo mata  a uno cuando se deja absorber por las inquietudes de querer saber si el sentimiento es compartido y la incertidumbre del qué pasará después. …el después… Dice otra muy buena banda que  "que importa del después, las nubes del ayer y lo que pudo ser". Con esto reafirmo que para encarar al amor y evitar que a uno lo mate la incertidumbre hay que olvidar las historias del ayer, las propias y las del otro, y dejar que el sentimiento fluya, vivir cada momento y dejar que fabrique su propio camino, eso sí, encargándose de que sea lo más placentero y menos rocoso posible.
Y para hacerlo hay que ser coherente con lo que se siente, si estoy amando a una persona, decidida a querer compartir todo con él, no tengo motivos para estar buscando en otros ese sentimiento.
Encarar al amor antes de que nos encare la muerte es un tema de decisión: decidirse a abrir el corazón y expresar los sentimientos, a ser sincero con uno y con los demás.

sábado, 7 de junio de 2014

La había amado tanto que desde el día de su muerte no pensaba en otra cosa que en la posibilidad de traerla de nuevo a la vida. No como consecuencia de algún arrepentimiento absurdo por querer cambiar algo de su historia, como suelen hacerlo muchas personas cuando sus seres queridos parten, sino para verla aunque fuera sólo una vez más; ansiaba poder pasar un poco más de tiempo con ella y disfrutar del simple hecho de sentirla a su lado.
Constantemente la recordaba y repasaba cada uno de los objetos y fotos que le hacían evocar la alegría que le dio a su vida el haber contado con su presencia. Su cara se iluminaba con una sonrisa y su mente se imaginaba abrazándola, hablándole, caminando junto a su eterna hermosura física y espiritual; siendo mucho más feliz de lo que habitualmente era.
 
Una noche, en medio de un insólito e inexplicable fenómeno, recibe un mensaje según el cual su gran deseo podría hacerse realidad: Rosa, su amada, volvería a su vida; sin embargo estaría destinado a perder cada parte de su cuerpo que estuviera en contacto con ella. Sin dudarlo aceptó; por nada perdería la segunda oportunidad de contar con ese gran regalo.
La mañana posterior la recibió con los ojos cerrados y la cabeza llena de confusiones, no lograba descifrar lo que había sucedido, decidió que había sido un sueño incoherente y levantarse a seguir con su vida, sin ella.
La historia cambió un segundo antes de levantarse de su cama, cuando vio a Rosa acostada a su lado. Sus ojos brillaron y sus dientes se asomaron en medio de una sonrisa cargada de cariño. Quiso saber si realmente estaba de vuelta o si era que aún continuaba dormido, reproduciendo en su subconsciente aquel interminable anhelo. Optó por hablarle, en medio de la conversación descubrió que era cierto, algo o alguien le había concedido su deseo.
Inmediatamente quiso acariciarla, pasó sus dedos por encima de su cara y su mano por su cabello, ¡cuánto tiempo había añorado hacerlo! Se vio manco y reconoció que era un precio que estaba dispuesto a pagar. Sentir su piel, recorrerla suavemente, era una placer incomparable con alguna otra actividad.
Continuó recorriéndola con su mirada, compartiendo con ella, evitando tocarla para no afectar su cuerpo. En un momento desprevenido quiso besarla, le acercaba suavemente sus labios y justo estaba por imaginar lo que sería perderlos, para decidir si retroceder o seguir adelante, cuando sintió un gran dolor en su pecho;era la manifestación de un infarto: le había entregado a Rosa su corazón.