Cuando lo conoció tenía 16 años y estaba terminando el bachillerato; él tenía 25 y era profesional. No había estrenado su juventud y nunca había bailado con un chico que le gustara; él estaba cansado de sus aventuras joviales y con más de una mujer había traspasado las fronteras del baile.
El día en que sus caminos se cruzaron le habló desprevenidamente; él escuchó distraído. Supo que a ella le gustaba pintar y tenía grandes facultades para hacerlo; esto le fascinó tanto que incrementó el valor de la belleza que lo había atraído inicialmente.
Quizo entrar en su vida y ella lo dejó. Él no podía negar que la deseaba, su hermosura lo deslumbraba y la capacidad artística lo seducía.
Ella quería mantener su pudor; disfrutaba su compañía pero no estaba dispuesta a acostarse con él. Le explicó sus razones, tenía una guerra interna que debía solucionar porque no tenía certeza sobre sus sentimientos.
Él intentó entenderla y no quiso marcharse, prefirió poner de su parte para alcanzar las circunstancias que ella precisara. Ella valoró ese gesto y sintió alegría de compartir su vida con él.
Juntos decidieron soportar y suavizar la ansiedad y angustia que en algunos momentos generaba la espera; él trataba de no mirarla para no inquietarse, pero en sus ojos se reflejaba el placer de tenerla. Ella no lo acariciaba para no estimularlo, pero sus gestos transmitían la dicha de sentirlo.
Era díficil para ambos enfrentar esa situación, así que entre sonrisas y abrazos guardaban la esperanza de que llegaría el día en que pudieran articularse en uno.
Una tarde como cualquier otra, ella recibió una oferta que no podía rechazar: Una beca en París para sus estudios superiores en pintura. Inmediatamente sus pensamientos la condujeron a él; sintió dolor por tener que dejarlo.
Cuando él lo supo lamentó tener que verla partir; quisieron inmortalizar el último momento juntos, aunque ella sabía que el hecho de no volverlo a ver en un tiempo era una razón para no retirar su negativa.
Él le dijo que pasaran esa noche juntos, ella aceptó precisando que no harían el amor.
De la mano la llevo a su cama y se acostaron uno frente a otro; él acarició su frente mientras la miraba profundamente, perdido en su cara. Ella se encontró en sus ojos y le respondió con una sonrisa abierta; le pasó el brazo por encima y buscó su pecho para sosegarse; él tropezó con su boca.
En el beso se durmieron y al amor le bastó con eso.
sábado, 9 de octubre de 2010
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