Desde niño el amó la sensación de doblar las rodillas, levantar el talón y saber que puede dar la zancada más amplia y perfecta que cualquier persona que conozca, y desde esa misma esa época él ha sabido, o le han hecho saber, que tiene unas piernas largas tan fuertes y gruesas como ningunas otras.
Unas piernas que no se sabe si son causa o consecuencia de ese primer y gran amor al que siempre regresa.
Unas piernas que hacen que cada persona que lo vea con los cortos pantalones que suele usar durante su práctica deportiva quede paralizada y con la boca abierta.
Unas piernas con las que conquistó a la mujer que ama, pues a ella le gustan tanto que lo demuestra con su mirada siempre que lo ve, no solo cuando las lleva descubiertas mientras trota sino también cuando tiene bombachos y jeanes.
A ella le gustan tanto sus piernas que en su cara se dibuja una sonrisa con cada movimiento que él hace y su mente se concentra en mirarlo fijamente para detallar cada curvatura de las formas que conoce tan perfectamente y con las que sueña constantemente.
Él tiene las piernas, el poder.
Pero no tiene los huevos, el valor, para confesarle que quisiera realizarle sus sueños.