La circunstancias de la vida llevaron a Santiago a alejarse de su saxofón.
Su familia y las obligaciones que como adulto responsable debía adquirir eran incompatibles con la atención que quería brindarle a Saso, su cónico compañero de latón.
A pesar de las sensaciones que le generaba interpretarlo, sentirlo en sus labios y en sus dedos, generando hermosas melodías, pensó que lo mejor era dejarlo a un lado, abandonarlo y olvidarlo.
Se concentró en retomar el camino donde lo había dejado antes del mágico momento del concierto, ese en el que se sintió tan feliz. Lo hizo convencido de que su felicidad no dependía del instrumento y por eso no tendría problema en hacerlo.
Así pudo continuar con sus rutinas diarias.
Aunque había momentos en los que extrañaba a su saxofón. Se preguntaba si ese estuche en el que lo había guardado, de verdad mantenía perfecto su estado, y no se atrevía a abrirlo para averiguarlo él mismo por temor a lo que pudiera encontrar.
Una de sus grandes preocupaciones era que alguna de sus partes le impidiera tocarlo en el momento en que tuviera valor para mirarlo nuevamente.
Vivía en tinieblas por el vacío que le estaba generando pasar su días sin Saso. Se sentía completamente ciego.
No era tristeza ni falta de alegría, simplemente era la ausencia de luz, de esa claridad que tenía cuando generaba sonidos con él.
Un día, al escuchar una de las canciones que habían grabado, entendió que hacer su vida sin Saso no debía significar abandonarlo u olvidarlo. Así que decidió volver a tomarlo en sus manos.
Lo buscó en el sitio donde lo había dejado, teniendo claro que la boquilla del instrumento nunca más estaría en contacto con sus labios.
Al verlo se dió cuenta de que al saxofón también le faltaba brillo, el color dorado que tanto lo había deslumbrado anteriormente se había opacado, así que le pasó un paño entre movimientos suaves que lo hacían parecer una conversación íntima entre el artefacto y el hombre.
Saso comenzaba a mostrar destellos dorados mientras a su dueño se le iluminaban los ojos.
Al finalizar, Santiago esbozó una gran sonrisa que se reflejó en el saxofón, permitiéndole guardarlo, seguro de que ya no estaría en el mismo espacio frío y oscuro de donde lo había sacado.